El 27 de septiembre de 1825, la locomotora Locomotion No. 1 partía de Shildon rumbo a Stockton, en el noreste de Inglaterra, arrastrando vagones de carbón… y también a un puñado de pasajeros. Era el primer trayecto público de un tren que combinaba transporte de mercancías y de personas, y marcaba el nacimiento del ferrocarril moderno. Doscientos años después, su eco sigue resonando en la manera en que viajamos, trabajamos y concebimos las distancias.
Por Ángel Caballero
Cuando la Locomotion No. 1 hizo su histórico viaje en septiembre de 1825, el ferrocarril no surgía de la nada. Era el resultado de décadas de ensayos y perfeccionamientos que habían transformado un rudimentario sistema de transporte minero en una red capaz de mover mercancías y, finalmente, personas. En la Inglaterra del siglo XVIII, las minas de carbón y de hierro habían desarrollado vías de madera —y más tarde de hierro fundido— para facilitar el transporte de mineral mediante vagonetas tiradas por caballos. Eran los llamados wagonways, que recorrían cortas distancias entre las bocaminas y los canales o puertos fluviales.
El salto hacia la locomoción mecánica llegó con el vapor. En 1804, el ingeniero galés Richard Trevithick construyó la primera locomotora a vapor que circuló sobre raíles, en la línea de Penydarren, en Gales del Sur. Aunque el experimento demostró que era técnicamente posible, el peso de la máquina dañaba las vías y el sistema no tuvo continuidad inmediata. Sin embargo, Trevithick había plantado la semilla.
Durante las primeras décadas del siglo XIX, en el noreste de Inglaterra —condados de Durham y Northumberland—, la concentración de minas y la necesidad de transportar grandes volúmenes de carbón al mar crearon el escenario perfecto para innovar. Empresas y particulares experimentaban con raíles de hierro laminado, locomotoras más ligeras y calderas más eficientes. Entre ellos destacaba George Stephenson, un autodidacta nacido en 1781 en Wylam, que trabajó como fogonero y mecánico antes de diseñar sus propias locomotoras.
Stephenson comprendió que el futuro del transporte no residía solo en perfeccionar las máquinas, sino en crear líneas dedicadas, con trazados optimizados y una gestión empresarial que garantizara la viabilidad económica. Su experiencia en la mina de Killingworth y su éxito con locomotoras como la Blücher (1814) le dieron la credibilidad necesaria para liderar el que sería el primer ferrocarril moderno: la Stockton and Darlington Railway.
El origen de la línea que haría historia se encuentra en un empresario de Darlington, Edward Pease, dedicado al comercio de lana pero con intereses en el transporte de carbón. En 1818, Pease obtuvo autorización parlamentaria para construir una línea férrea de unos 40 kilómetros entre las minas de Shildon y el puerto de Stockton-on-Tees, siguiendo la ruta del río Tees. El objetivo era abaratar y agilizar el traslado del carbón, clave para abastecer tanto a la industria local como a los barcos que lo exportaban.
La idea inicial era emplear caballos para arrastrar los vagones, pero el encuentro de Pease con George Stephenson en 1821 cambió el rumbo del proyecto. Stephenson convenció a Pease de que la locomoción a vapor era el futuro y se comprometió a diseñar las máquinas y supervisar la construcción de la vía. El trazado, con raíles de hierro forjado y una pendiente moderada, estaba pensado para optimizar el rendimiento de las locomotoras, aunque todavía se usarían caballos en ciertos tramos y para maniobras en los apartaderos.
Uno de los aspectos más innovadores fue la decisión de admitir pasajeros. Aunque el objetivo principal seguía siendo el transporte de carbón, Pease comprendió que permitir el viaje de personas podía generar ingresos adicionales y consolidar la popularidad del ferrocarril. Así nació el germen del transporte ferroviario moderno: una línea que combinaba mercancías y pasajeros en un mismo servicio regular.
La compañía Stockton and Darlington Railway se constituyó formalmente en 1821, con Stephenson como ingeniero jefe. Se encargaron cuatro locomotoras, siendo la Locomotion No. 1 la más emblemática, y se preparó un parque de vagones para carbón y otros adaptados para pasajeros, con bancos de madera y sin protección lateral. Lo que iba a ocurrir el 27 de septiembre de 1825 no era solo la inauguración de una línea, sino la demostración pública de que el ferrocarril podía ser una herramienta para transformar la economía… y la manera de viajar.
El viaje inaugural del 27 de septiembre de 1825
La mañana del 27 de septiembre de 1825 amaneció fresca y despejada en Shildon, un pequeño núcleo minero del condado de Durham. Allí aguardaba la Locomotion No. 1, recién construida en los talleres de Stephenson en Newcastle. La máquina, de 6 toneladas de peso y una caldera tubular, podía alcanzar unos 24 km/h en condiciones óptimas, aunque en el servicio normal rara vez superaba los 15. Llevaba pintadas en sus costados las iniciales S&DR (Stockton and Darlington Railway), símbolo de un proyecto que ya despertaba curiosidad en toda Inglaterra.
A las diez en punto, Stephenson, vestido con levita y sombrero de copa, subió a la cabina para conducir el tren inaugural. Tras ella, 12 vagones cargados con 90 toneladas de carbón, y, en la parte posterior, un vagón de pasajeros llamado Experiment, con bancos de madera y abierto por los lados. Allí se acomodaron directivos de la compañía, invitados especiales y vecinos de la zona que habían conseguido plaza para vivir el acontecimiento.
El silbido de vapor, inédito para la mayoría de los presentes, marcó el inicio del viaje. Miles de personas se apostaron a lo largo de la vía para presenciar el paso de aquella “máquina humeante” que avanzaba a una velocidad desconocida para el transporte terrestre. Según crónicas de la época, en algunos tramos descendentes la Locomotion No. 1 alcanzó los 24 km/h, provocando exclamaciones de asombro y algún que otro susto entre los pasajeros.
El recorrido de unos 40 kilómetros hasta Stockton duró cerca de tres horas, con paradas para repostar agua y revisar la maquinaria. A su llegada, una multitud celebró el evento como un triunfo local. Lo que para muchos había sido una curiosidad mecánica se revelaba como una nueva forma de viajar: rápida, regular y capaz de unir distancias antes reservadas a quienes podían costearse diligencias o caballos.
El impacto fue inmediato. Periódicos como The Times recogieron la noticia, subrayando que no solo se trataba de un hito técnico, sino del inicio de una era en la que el transporte de personas y mercancías compartiría la misma vía y el mismo calendario.
El éxito de la inauguración de la Stockton and Darlington Railway envió un mensaje claro a empresarios e ingenieros: el ferrocarril no era un experimento, sino una oportunidad de negocio y desarrollo económico. En apenas una década, el Reino Unido pasó de tener unas pocas decenas de kilómetros de vías a miles, tejiendo una red que unía minas, puertos, fábricas y ciudades.
La lógica inicial era industrial: el carbón seguía siendo la carga más importante, y las locomotoras se diseñaban para arrastrar grandes volúmenes a bajo coste. Sin embargo, la demanda de transporte de pasajeros creció rápidamente. Comerciantes, trabajadores y familias descubrieron que el tren permitía desplazamientos más rápidos y cómodos que las carreteras de la época, muchas de ellas en mal estado.
En paralelo, surgieron nuevas profesiones ligadas al ferrocarril: maquinistas, guardafrenos, revisores, telegrafistas, ingenieros de vía. Las estaciones se convirtieron en centros de actividad económica y social, y algunas ciudades, como Crewe o Swindon, crecieron alrededor de los talleres y depósitos ferroviarios.
La expansión también impulsó la estandarización técnica. Stephenson promovió el ancho de vía de 1.435 mm —hoy conocido como “ancho estándar”—, lo que permitió que locomotoras y vagones pudieran circular sin cambios a lo largo de distintas líneas. Esta uniformidad fue crucial para la interconexión de redes y la eficiencia del transporte.
En menos de 30 años, el modelo británico se exportó a Europa, América y Asia. Las primeras líneas españolas, como la Barcelona–Mataró (1848), siguieron de cerca la experiencia inglesa, aunque adaptadas a anchos y condiciones locales. El ferrocarril se había convertido en el símbolo más visible de la Revolución Industrial, uniendo mercados y acortando distancias a un ritmo sin precedentes en la historia humana.
El tren como revolución social y cultural
El ferrocarril no solo transformó la economía; también cambió la manera en que las personas percibían el mundo. Antes de su llegada, el tiempo de viaje dependía del estado de los caminos, de la resistencia de los caballos o de la climatología. Con el tren, por primera vez en la historia, los desplazamientos podían calcularse con precisión y cumplir un horario regular. Esta nueva puntualidad marcó el nacimiento de los timetables y la necesidad de sincronizar relojes en ciudades y pueblos conectados por la vía.
La reducción drástica del tiempo de viaje alteró la percepción del espacio. Lugares que antes parecían remotos se convirtieron en destinos accesibles para un día o un fin de semana. Esto sentó las bases del turismo moderno: compañías como Thomas Cook comenzaron en los años 1840 a organizar excursiones y viajes organizados en tren, ofreciendo a las clases medias la posibilidad de visitar balnearios, ciudades históricas o paisajes naturales.
El tren también tuvo un impacto cultural notable. Inspiró a novelistas como Charles Dickens, que en Dombey and Son (1848) describía la llegada del ferrocarril como un “monstruo de hierro” que abría paso a la modernidad, y a pintores como William Powell Frith, autor de The Railway Station, que capturó la vida bulliciosa en los andenes. La fotografía y, más tarde, el cine aprovecharon la estética del tren como símbolo de movimiento y progreso.
No menos importante fue el efecto en la movilidad laboral. Los trabajadores podían residir en ciudades satélite y desplazarse diariamente a fábricas o centros de servicios, una práctica que dio origen a los primeros commuters. El ferrocarril permitió también una distribución más amplia de periódicos, mercancías perecederas y correo, conectando comunidades con mayor rapidez y frecuencia.
En el plano simbólico, el tren representó el triunfo de la técnica sobre las limitaciones naturales, pero también despertó recelos. Algunos temían que la velocidad afectara a la salud o que el humo y el ruido arruinaran los paisajes rurales. Sin embargo, a medida que la red crecía, el ferrocarril se integró en la vida cotidiana hasta convertirse en un elemento inseparable de la modernidad decimonónica.
Doscientos años después de aquel viaje inaugural, la Locomotion No. 1 sigue siendo un icono. Conservada en el Museo Ferroviario de Shildon, forma parte de la colección del National Railway Museum británico y, cada aniversario, es centro de actos conmemorativos que incluyen recreaciones del recorrido de 1825, exposiciones y conferencias. La línea original, aunque muy modificada, se considera patrimonio histórico y ha sido objeto de rutas turísticas que combinan tramos ferroviarios con senderos y visitas a antiguos talleres.
Las celebraciones del bicentenario en 2025 están concebidas como un homenaje no solo a la máquina y a sus creadores, sino a todo un sistema que cambió el mundo. Habrá trenes históricos circulando por tramos restaurados, publicaciones conmemorativas y actividades educativas en escuelas para explicar a las nuevas generaciones cómo el ferrocarril impulsó la Revolución Industrial.
En el plano técnico, la herencia de la Stockton and Darlington Railway es incuestionable. El concepto de línea mixta para mercancías y pasajeros, la estandarización del ancho de vía y la organización empresarial que adoptó la compañía se convirtieron en referencia para redes ferroviarias de todo el planeta. Incluso en la era del avión y del automóvil, el tren ha sabido adaptarse, ofreciendo alta velocidad, intermodalidad y soluciones sostenibles para el transporte de masas.
El bicentenario es también una ocasión para reflexionar sobre el futuro del ferrocarril. Con la crisis climática y la necesidad de reducir emisiones, muchos países vuelven a ver en el tren una herramienta clave para la movilidad del siglo XXI. La historia de la Locomotion No. 1 nos recuerda que la innovación técnica, cuando se une a la visión empresarial y social, puede cambiar radicalmente nuestra manera de vivir.
Lo que empezó como una solución para transportar carbón al puerto acabó abriendo un camino que todavía recorremos. La vía de 1825 no solo unió Stockton y Darlington; tendió un puente entre dos mundos: el de la economía preindustrial y el de la modernidad sobre raíles.



