La prehistoria de Menorca se escribe a través de piedras ciclópeas que la arqueología de nuestra época todavía no alcanza a descifrar. Y mientras la investigación arqueológica integra las piezas de un rompecabezas todavía incompleto; el cómo y por qué un grupo de seres humanos colonizó esta isla pertenece al terreno de la especulación. Porque en un entorno continuamente hostil cómo era el de hace cuatro mil años, carece de sentido abandonar la comodidad de un asentamiento en las costas europeas, para embarcarse en la aventura de explorar una tierra ignota. Y en un ambiente donde la supervivencia significaba un reto diario, cabe preguntarse por qué el hombre antiguo invirtió tiempo y esfuerzo en erigir unos monumentos megalíticos cuyo significado hoy desafía a los arqueólogos. La respuesta a estos interrogantes –siempre sin abandonar el terreno especulativo– solo puede hallarse retrocediendo en el tiempo…
El éxodo hacia la isla prometida
Poco antes del año 2000 a.C. a este pedazo de tierra yerma y deshabitada de animales para la caza, llegaron en frágiles embarcaciones de madera y provistos de víveres, un grupo de hombres, mujeres y niños. Tan solo tres siglos antes habían desembarcado también en la isla de Mallorca, procedentes del nordeste de la península o de las costas del sudeste francés. Al igual que hoy miles de subsaharianos arriesgan su vida cruzando el mar del Estrecho, es de suponer que las gentes del pasado fueron impelidas también por una misma necesidad de supervivencia. En el Occidente europeo, se estaba produciendo una escalada de violencia social entre las comunidades neolíticas. Esta circunstancia es la que motivaría un éxodo de ultramar hacia la búsqueda de una “isla prometida”.