Cuando era pequeño, debía tener diez o doce años en esa época, solía pasar los veranos en la casa de campo de mis abuelos, a las afueras de Mantova. Mis padres me instalaban allí desde finales de junio hasta bien avanzado el mes de septiembre, cuando finalmente volvían de sus vacaciones.

Una mañana, mientras estábamos desayunando, mi abuelo, que por cierto yo adoraba, me dijo, sonriendo: «Hoy vamos a ver a los parientes. Están impacientes por conocerte».

Yo me alegré muchísimo. Una excursión era siempre un momento agradable y me permitía salir de la monotonía habitual y, con un poco de suerte, conocería a algunos primos para jugar con ellos.

Al salir del comedor, me di cuenta de que mi abuelo y yo no teníamos el mismo concepto de “ir a conocer a la familia”. El, tomándome de la mano, se dirigió a buen paso hacia la galería que llevaba a los salones y cuyas paredes estaban recubiertas por grandes lienzos de todas las épocas, pero principalmente de los siglos XVII-XVIII y XIX, representando exclusivamente a miembros de la familia. «Es hora de que aprendas quién es quién en nuestra familia –dijo mi abuelo–, y aquí están los principales, para que puedas conocerlos».

Debes acceder para ver el resto del contenido. Por favor . ¿Aún no eres miembro? Únete a nosotros
Scroll al inicio