En 1898, el ingeniero John Henry Patterson fue escogido encargado de construir un puente sobre el río Tsavo, en Kenia, contratando para ello a trabajadores hindúes (coolies de las castas inferiores). Todo parecía ir bien hasta que aparecieron los protagonistas de esta historia. Dos enormes leones macho que empezaron a atacar el campamento cada noche. Muchos trabajadores, presos del pánico, abandonaron lugar y otros quedaron trastornados.

Al parecer, una peste había menguado la dieta habitual de los leones y como el hambre apretaba, los dos felinos añadieron hombres a su menú. Quizá tuvo algo que ver los estragos que provocó la mosca tse-tsé: entre 1897 y 1898, de 350 mulas habían muerto 120; de 639 bueyes solo quedaban 60; de 800 burros solamente 26.

La osadía de estos animales para conseguir sus presas era inusitada, con una total falta de miedo a las personas, al fuego o a las armas. Su método de caza no difería del primer ataque descrito por Patterson: acechaban en mitad de la noche, atravesaban los cercos espinosos que protegían los campamentos y arrastraban afuera a sus víctimas para devorarlas. Cazaban en pareja, algo curioso para ser ejemplares con gustos gastronómicos tan distintos. Se escondían entre los matorrales para después abalanzarse sobre sus víctimas, como fantasmas salidos de las sombras.

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