HERODES, ENEMIGO DE LA INFANCIA

El Día de los Inocentes conmemora la fecha en la que Herodes I el Grande (¿73?-4 a. C.), rey de Judea (entonces provincia romana) habría segado la vida de todos los infantes menores de dos años nacidos en Belén con el objetivo de acabar con la vida del niño Jesús. Temía Herodes que la llegada de un mesías pudiera hacerle tambalear en su trono. Sin embargo, se trata de una tradición sin visos de historicidad: no hay ninguna fuente histórica que documente una matanza que, por su repercusión, necesariamente habría sido mencionada por cronistas de la época como Flavio Josefo (37-100).

Asimismo, la Matanza de los Inocentes sólo se describe en uno de los cuatro Evangelios Canónicos, el atribuido a Mateo -que no fue escrito por ningún discípulo de Jesús y que data del año 80-. En este Evangelio se incorporan elementos inspirados en profecías del Antiguo Testamento con objeto de respaldar la divinidad de Jesús, como es el texto de Jeremías (650-585 a. C.): “Un grito se ha oído en Ramá (antigua ciudad de Israel), un lamento, llanto amargo; es Raquel, que llora a sus hijos, y no quiere ser consolada, porque ya no existen” (Jeremías 31, 15). También relatos como el que aparece al inicio del Éxodo en el que el faraón ordena matar a todos los niños varones nacidos en la comunidad hebrea para evitar que ésta pueda sublevarse en un futuro al dominio egipcio, parecen inspirar la Matanza de los Inocentes.

Al margen de este episodio legendario, sí está documentado que Herodes se caracterizó por su crueldad extrema y por terminar siendo preso de su paranoia por perder su corona. Su esposa Mariamme, su suegra Alexandra y varios de sus hijos serán reos de muerte en esta paranoia de Herodes por protegerse de pretendidas conspiraciones contra él. Situación que resume una cita del emperador Augusto: “Es mejor ser el cerdo de Herodes que su hijo”.

Circunstancias como el hecho de haber nacido en Idumea –región anexionada a Israel en el siglo I a. C.-, tener ascendencia árabe por parte de madre y congraciarse con Roma para mantenerse en el poder, contribuyeron a que Herodes no fuera plenamente reconocido como uno más entre los judíos –sobre todo entre aquellos que anhelaban la independencia del Imperio romano-. Con objeto de granjearse el favor del pueblo judío, Herodes dinamizó un ambicioso proyecto de obras públicas –por el que es recordado- a través del cual amplió el Templo de Jerusalén.

Herodes había llegado al poder a través de su padre Antípatro, funcionario real de Hircano II, último rey asmoneo a quien habría orientado a mantenerse en el poder frente a la amenaza de su hermano Aristóbulo buscando el respaldo de Roma. Como consecuencia de esta ayuda, Judea se convierte en provincia romana y Herodes será nombrado “rey socio y amigo del pueblo romano”, cargo que ocupará desde el 37 al 4 a. C. –de ahí que el nacimiento de Jesús se sitúe antes del año 0, para coincidir con el reinado de Herodes-.

  JUDAS, EL DISCÍPULO TRAIDOR

Su nombre en hebreo, Yehûdah, era muy frecuente en la sociedad israelí de la época y significa “alabado”. De él sabemos que su padre se llamaba Simón y que era el único de los discípulos no originario de la región de Galilea, sino de Judea (sur de Israel), concretamente de la ciudad de Cariote (Kerioth), lo que sin duda debió singularizarle del resto –otras interpretaciones hacen derivar el apelativo Iscariote de sicario, identificándole así con un revolucionario zelote-

Según se desprende de los Evangelios, es probable que ejerciera de tesorero de los Doce; aunque en el texto de Juan se destaque su carácter avaricioso, acusándole de “meter la mano” en la bolsa de dinero. No obstante, es probable que estas acusaciones respondieran más a una tradición iniciada entre los primeros cristianos, atribuyendo todo tipo de maldades al traidor que entregó a Cristo, que a la realidad -si realmente malversaba el dinero de los Doce, no tiene sentido que el propio Jesús le delegara como tesorero-.

Precisamente son treinta monedas de plata el móvil a cambio del cual Judas entrega a su Maestro en el huerto de Getsemaní, identificándole con el famoso beso tantas veces iconografiado en la imaginería religiosa. Dejando a un margen quienes le consideran un personaje literario, se han barajado otras motivaciones como detonante para esta traición…

Una de las teorías más aceptadas es que Judas podía haber pertenecido a los zelotes, un movimiento judío, de ideología próxima a la de los fariseos, que buscaba la independencia del Imperio romano a través de las armas. Esta facción habría encontrado en Jesús a un posible líder revolucionario que pudiera movilizar a una masa de gente. Sin embargo, mensajes como el de “poner la otra mejilla” habrían terminado impacientando a Judas, que consideró más estratégico terminar entregando a Jesús a los romanos. Con esta estrategia perseguía encender la mecha para que se encendiera una revuelta tumultuaria que enfrentara a los judíos contra los romanos.

Otra posibilidad que no se descarta es que Judas fuera un espía al servicio de Roma, lo que entonces se conocía como agente in rebus, que se encargaba de delatar a las autoridades cualquier rumor de sublevación judía. En este sentido, Judas se habría infiltrado entre los Doce para informar acerca de cuáles eran las intenciones de este grupo y su líder, Jesús de Nazaret. Sin embargo, esta hipótesis no parece muy congruente con el posterior suicidio de Judas –una acción que, en la literatura grecorromana, y en contraste con la cultura cristiana, permite rehabilitar al personaje-, ya que denota un arrepentimiento después de haber entregado a Jesús.

¿Qué pasaría si Judas hubiera sido juzgado por un tribunal con todas las garantías procesales de un Estado de Derecho? Para el juez Baltasar Garzón, quien firma el prólogo de la reedición Judas Iscariote, el calumniado (2009): “Muy probablemente la sentencia sería absolutoria por falta de pruebas o insuficiencia de las mismas (ya que) en aquella época su acción de delación era un acto legal, por cuanto los seguidores de Jesús integraban una secta dentro del judaísmo oficial y por ende estaban proscritos (…). Judas, por tanto, fue un colaborador de la Justicia”.

 

   PONCIO PILATO, EL POLÍTICO QUE NO HIZO NADA 

 “‘¿Y qué hago con Jesús, llamado el Cristo?’. Todos contestaron: ‘Que sea crucificado’ (…). Al darse cuenta Pilato de que no conseguía nada, sino que más bien aumentaba el alboroto, pidió agua y se lavó las manos delante del pueblo…” (Mateo 27). El célebre gesto con el que el prefecto romano en Judea, Poncio Pilato se desentiende de la causa contra el Nazareno, declinando toda responsabilidad hacia el pueblo judío, sólo se menciona en uno de los cuatro Evangelios. Teniendo en cuenta que el evangelio de Mateo está trufado de licencias literarias, es probable que el famoso lavado de manos de Pilato no sea más que una referencia inspirada en el Antiguo Testamento. Tal y como señala Antonio Piñero en Ciudadano Jesús (2012): “Muchos comentaristas, al no encontrar paralelos para el lavatorio de Pilato en el mundo grecorromano, piensan que ha sido inventado por la tradición cristiana a partir de una reflexión sobre textos como el Salmo 26:6: ‘Yo lavaré mis manos en la inocencia y andaré en derredor de tu altar’”.

Tampoco parece muy verosímil el diálogo entre Jesús y Pilato en el que el prefecto romano se pregunta “¿Qué es la verdad?” (Juan 18, 38) para terminar dejando a los propios judíos que dicten sentencia en el proceso judicial contra el Nazareno. Muy probablemente estos pasajes fueran inventados por los evangelistas -en contra de la realidad histórica-, con la intención de eximir a Roma de responsabilidad en la muerte de Jesús y descargarla sobre el pueblo judío. Un gobernador romano nunca delegaría una causa judicial en los judíos, que debían subordinarse a la ley de la autoridad que representaba el Imperio. Probablemente la motivación para esta invención literaria resida en el temor que tenían los primeros cristianos a ser perseguidos por Roma, con lo que, de alguna manera, buscaban congraciarse con el Imperio para que éste dejara de hostigarles.

Con respecto a Poncio Pilato son muy escasos los detalles históricos que se conocen fuera de su mención en los Evangelios. Son cronistas posteriores a su época como Flavio Josefo y Tácito (siglos I y II) los que le atribuyen el rango de procurador de Roma, aunque una inscripción de la época desenterrada en Cesarea en 1961 le identifica como prefecto (en realidad, se trata del mismo cargo político cuya nominación cambió en distintos períodos de la historia de Roma). Por el filósofo contemporáneo Filón de Alejandría (15 a. C.-45 d. C.) sabemos que la prefectura de Pilato en Judea abarcó del año 26 al 36 de nuestra era, en tiempos del emperador Tiberio. Nada se sabe de la vida anterior de Pilato

El nombre de su esposa Claudia Prócula –quien manifiesta tener un sueño que advierte de la tragedia que significa la condena a Jesús-, así como el supuesto arrepentimiento de Pilato por no haber evitado la muerte del Nazareno no son más tradiciones tardías incorporadas en los Evangelios Apócrifos. Lo poco que se sabe de Pilato es que no gozaba de las simpatías de los judíos, después de haber herido sus sentimientos religiosos al instalar estandartes con el busto del emperador en la Torre Antonia, muy cerca del Templo de Jerusalén. También se le acusó de malversar donativos religiosos para construir un acueducto, lo que provocó manifestaciones que fueron duramente reprimidas.

BARRABÁS, EL SEDICIOSO

En la crónica del proceso que se describe en los Evangelios, parece que Poncio Pilato intenta dar una opción de liberar a Jesús. Lo hace brindando la posibilidad al pueblo judío, en una costumbre que tendría lugar durante la festividad de la Pascua, de indultar a un cautivo: al mismo Jesús o a un “preso famoso” conocido como Barrabás. Se le identifica como un “bandido”, aunque esta palabra en griego tiene un significado mucho más amplio y que no tiene por qué coincidir necesariamente con la idea de un delincuente vulgar.

Teniendo en cuenta su popularidad entre la muchedumbre, y que el delito por el que cumple condena es –según se menciona en el texto de Marcos, el más antiguo de los cuatro evangelios- por homicidio después de haber protagonizado una revuelta, es probable que Barrabás fuera un sicario al servicio de los zelotes (facción que pretendía lograr la independencia judía a través de la lucha armada) y que hubiera liderado algún tipo de insurrección contra Roma.

Sin embargo, hay numerosos elementos oscuros en este pasaje de los Evangelios que hacen dudar de su autenticidad histórica. En primer lugar, no existe constancia de que en aquella época se tuviera la costumbre de indultar a un preso coincidiendo con la Pascua. No obstante, estudiosos del Derecho romano como José María Ribas, autor de Proceso a Jesús (2013) destacan que las medidas de gracia se practicaban desde muy antiguo, siendo probable que en el siglo I se concediera voz y voto a una asamblea popular para dictar una sentencia, en este caso, de indulto.

Otro detalle que resulta sumamente curioso es que el nombre de pila de Barrabás, mencionado en transcripciones de la Biblia anteriores al siglo III, sea precisamente el de Jesús. No debería extrañarnos esta casualidad pues Jesús era un nombre frecuente en la época… pero ésta se antoja inquietante cuando la etimología del apellido Barrabás en su traducción del arameo es “el hijo del padre”. Esta circunstancia ha motivado a algunos exégetas a interpretar la presencia de Barrabás como una figura alegórica que haría referencia al mismo Jesús, lo que ha alimentado las teorías más enrevesadas: “Se ha sugerido –explica Isaac Asimov en Guía de la Biblia (1969)-, que Barrabás y Jesús son la misma persona, que se han fundido las leyendas de un bandido y de un Mesías bondadoso y pacífico; que Jesús fue juzgado ante Pilato pero que fue soltado como Barrabás, y que la historia de la crucifixión y resurrección son adornos de una leyenda posterior. Sin embargo, no es probable que esta teoría adquiera alguna vez muchos partidarios”.

¿Existió realmente Barrabás, o se trata de un personaje inventado? Antonio Piñero, catedrático de Filología Neotestamentaria, prefiere aceptar la existencia histórica de Barrabás, aunque su inserción en los Evangelios esté fuera de contexto: “La equiparación que hace Poncio Pilato de Barrabás con Jesús nos hace reflexionar. No es inverosímil que la revuelta a la que alude Marcos y el temor de las autoridades judías a algún acontecimiento por el estilo provocado por la turba, si se prendía a Jesús durante la fiesta de Pascua estén relacionados. Ello indicaría que Jesús estaba de algún modo comprometido, al menos indirectamente, con movimientos antirromanos”.  

Por Antonio Luis Moyano

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