Ramsés I, un prestigioso militar procedente de la ciudad egipcia de Avaris, ya era un anciano cuando fue coronado faraón, por lo que, inmediatamente, se asoció en el trono con su hijo Seti I, con el que se recuperó la posición hegemónica en Asia y Libia. El relato de las campañas en Siria de este segundo representante de la Dinastía XIX se puede observar en la sala hipóstila de Karnak, en donde unos bellos relieves nos informan sobre el protagonismo que los ejércitos egipcios volvieron a tener en el Oriente Próximo. A Seti I se le debe, de igual forma, la restauración de los principales templos tradicionales tanto del Bajo como del Alto Egipto, mientras que con él observamos una costumbre no muy habitual hasta este momento en la historia de esta apasionante civilización: el culto al dios familiar Seth, la divinidad principal de Avaris.
En el interior del reino, Seti I trató de restaurar la obra de Horemheb, con una amplia labor constructora de la que es reflejo su tumba del Valle de los Reyes, considerada una de las más hermosas de entre todas las que se extienden por este lugar sagrado. Su deseo de vincularse a las antiguas dinastías (el faraón no tenía sangre real), le llevó a elaborar una lista en la que se rendía homenaje a los reyes desde el Dinástico Antiguo, aunque están ausentes Hatshepsut y Akhenatón.
La coronación de Ramsés
Ramsés II, el faraón más conocido y uno de los más longevos en la historia de Egipto –reinó durante 66 años, entre 1279 y 1213 a.C.–, nació durante el reinado de Horemheb, en un momento en el que su abuelo Ramsés y su padre, Seti, no eran más oficiales de alto rango del ejército faraónico. Al comienzo de su reinado, probablemente durante la etapa de la corregencia, Ramsés dirigió una campaña militar para sofocar una rebelión en Nubia, tal y como observamos en los relieves del templo de Beit el Wali, que muestran al joven rey en compañía de dos de sus hijos en actitud heroica cuando, por estas fechas, ambos príncipes no eran más que unos niños. En el cuarto año de su reinado, Ramsés organizó una nueva campaña en Siria, esta mucho más ambiciosa, que terminó en victoria y con la recuperación de la estratégica ciudad de Amurru. Por desgracia, al menos para los intereses egipcios, no se pudo conservar durante mucho tiempo el enclave, ya que fue inmediatamente reconquistado por los hititas, acontecimiento que llevó al faraón a partir con un poderoso ejército y presentar batalla a sus enemigos en Qadesh.