Cuando Enrique IV de Castilla y León falleció el 11 de diciembre de 1474, dejó el reino al borde de la guerra. Su reinado se había caracterizado por la inestabilidad, las rencillas entre las facciones de la nobleza y la inseguridad del monarca para gobernar –si bien los tratados firmados con Aragón, Portugal y Francia supusieron una época próspera para Castilla–, pero, sobre todo, por su incapacidad para dar un sucesor a la Corona. Enrique había contraído nupcias con Blanca de Navarra, pero el matrimonio había sido anulado por la Iglesia bajo la acusación de que el rey, hechizado por la reina, no había sido capaz de consumar el matrimonio.

Una vez anulado su matrimonio, Enrique volvió a casarse en 1455 con Juana de Avis, hermana del rey Alfonso V de Portugal. En 1462 nació Juana, pero parte de la nobleza, enfrentada con el rey, hizo correr el rumor de que la niña era realmente hija de Beltrán de la Cueva, uno de los validos del rey, lo que le valió el mote de “la Beltraneja”. Este partido se negó a aceptar a la niña como sucesora, y eligió como tal a Alfonso, hermanastro del rey. Hay que señalar que Enrique era hijo del primer matrimonio de Juan II, con María de Aragón. Dicho matrimonio tuvo tres hijas, además de Enrique: Catalina, Leonor y María, fallecidas todas ellas a muy corta edad. Cuando falleció la reina María, Juan II se casó con Isabel de Portugal, con quien tuvo a Isabel y a Alfonso. Este era el candidato al trono para la facción contraria a Juana.

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