Francia y Gran Bretaña, a finales del siglo XIX, acumulaban ya una larga experiencia colonial. Extensos territorios ultramarinos distribuidos por América, Asia y Oceanía eran administrados por los gobiernos de París y Londres. Otras potencias, pese a carecer de tradición colonial como Alemania, también se apuntaron a la carrera colonial. En un principio fueron los comerciantes y exploradores del II Reich los que abrieron los caminos en África para que luego vinieran los administradores, funcionarios y militares.

En un principio, el poderoso canciller alemán Otto von Bismarck (1815-1898), artífice de la unificación alemana, era reacio a que el flamante imperio iniciara una carrera colonial. Según su concepción geopolítica, las verdaderas decisiones y energías debían emplearse en Europa y no en África. No obstante, Bismarck no quería privarse de los hipotéticos beneficios comerciales que pudieran beneficiar al Imperio alemán, y en 1883 nombró al explorador Gustav Nachtigal (1834-1885) comisario del Reich en el África Oriental, encargado de establecer tratados con los jefes indígenas. En el mes de abril de 1884 el triunvirato formado por Woermann, armador y comerciante –cuyas factorías se extendían desde Liberia al Gabón, especialmente en las costas del Togo y Camerún–, Colin, fundador de las factorías de la costa de Guinea, y Lüderitz, instalado en la bahía de Angra Pequeña, cerca de la desembocadura del río Orange, se dirigieron al África Occidental.

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