La historia de la momia de la princesa Kherima (en realidad, ese no era su verdadero nombre, que es todavía desconocido) no trascendería al gran público hasta el año 2018, fecha precisamente en la que terminaría siendo pasto de las llamas…
Fue la expedición de Napoleón (1769-1821) en Egipto, iniciada en 1798, lo que despertaría el interés en todo Occidente por la cultura y estética del País de los Faraones. El hallazgo de la famosa Piedra Rosetta (1799) y el posterior desciframiento de sus jeroglíficos (1822), gracias al trabajo de Champollion (179-1832), significaría el comienzo de una nueva disciplina: la Egiptología. Y paralela a la Egiptología, surgiría una corriente que impuso la moda de todo lo relacionado con el Antiguo Egipto, y que se denominó egiptomanía.
Es precisamente durante este período, en el que el Antiguo Egipto estaba de moda, cuando, abrigada en un modesto cajón de madera, una desconocida momia desembarcaba desde Luxor (Egipto) hasta Marsella (Francia) para ser adquirida por un marchante italiano, llamado Nicolau Fiengo. Es una crónica, hilvanada a retazos difíciles de contrastar, la que asegura que la momia habría sido hallada en algún lugar del Santuario de Amón, en el templo de Karnak, de la antigua Tebas (Luxor). De alguna manera, debió caer en manos del también italiano Giovanni Battista Belzoni (1778-1823) el célebre aventurero, pionero entusiasta de la arqueología egipcia, quien se la habría ofertado al comerciante.