Cuando pensamos en revolución o en guerrilla nuestro cerebro se inunda de imágenes entre las que no faltan las de Ernesto Guevara, el Che. En especial una foto tomada en La Habana el 5 de marzo de 1960, cuando contaba treinta y un años, una imagen que le convirtió definitivamente en el símbolo de la juventud revolucionaria.

La verdad es que su vida, vista desde la distancia, parece una road movie sembrada de disonancias, desde aquel niño perteneciente a una familia burguesa que jugaba al polo en la Argentina de los años treinta hasta el guerrillero en el que se convertiría tiempo después y que, quizás, a día de hoy fuese etiquetado de terrorista. El revolucionario que recorrería el continente siendo derrotado en todos los frentes excepto en uno, en el de la muerte.

Su despertar político y social había germinado tiempo atrás, tras el contacto directo con el sufrimiento, la enfermedad, la pobreza y la explotación en la que estaba sumida la América Latina. Algunos de sus biógrafos defienden que el punto de inflexión en su biografía hay que buscarlo en su estancia en Guatemala en 1953, allí pudo presenciar el derrocamiento del Gobierno democrático de Jacobo Arben, auspiciado por Estados Unidos. Aquello sería el detonante ideológico, la semilla de la indignación social y la rabia, que se apoderaría de su alma para siempre.

Su primer discurso político, realizado el día en el que celebraba sus veinticuatro cumpleaños, no dejaba lugar a la duda del compromiso que adquiría con la causa revolucionaria: «Estaré en el lado de la gente (…) tomaré las barricadas y las trincheras, gritando como un poseído; me mancharé las manos de sangre, y, con furia enloquecida, cortaré el cuello de todo aquel enemigo derrotado que me encuentre”

Ojos que interpelan a la historia

El Che fue protagonista de muchísimas fotografías a lo largo de su vida, son especialmente recordadas una con Mao Zedong en Beijing, otra en el vestíbulo de la sede de las Naciones Unidas de Ginebra y otra con Fidel Castro. Sin embargo, nuestra atención se va a centrar en dos, la última que le captó antes de ser asesinado y la primera que le fotografió sin vida.

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