A las 12.30 h del 22 de noviembre de 1963 un Lincoln de color negro, totalmente descapotado, avanza al ritmo de la carrera de una persona por una calle de Dallas. De repente se produce una detonación y el presidente se lleva las manos al cuello con signos de ahogo y dolor el rostro. “¡Han disparado a mi marido!”, grita la primera Dama. En el asiento de enfrente, el gobernador de Texas John Connally tampoco se encuentra bien y está visiblemente dolorido.

 

Apenas cuatro segundos después se produce una segunda detonación. Todo ocurre extremadamente rápido. Jacqueline intenta ayudar al presidente, que sigue ahogándose mientras el coche avanza a ritmo pausado.

 

Segundos después se produce una tercera y última detonación. Una enorme confusión reina durante los siguientes minutos hasta que uno de los agentes de policía que acordona la zona descubre el lugar del que presumiblemente proceden los disparos.

 

A partir de ese momento comienza una frenética carrera que llevará a John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, hasta el hospital Parkland. Allí, muy poco esperanzados, los doctores James Carrico y Malcom Perry intentan lo imposible. Aprovechando la herida de bala en la garganta del presidente deciden practicarle una traqueotomía.

 

Unos cuarenta minutos después abandonan cualquier tipo de maniobra, nada se puede hacer por salvar su vida. Se consensua que la hora de la defunción sean las 13.00 h. JFK, siglas con las que habitualmente se conocía al presidente, pasa a la historia de Estados Unidos como el cuarto presidente del país de las estrellas y las barras en ser asesinado.

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