A los treinta y ocho años Margarita Xirgu ya había debutado en los mejores teatros del país, incluso se había lanzado a la aventura cinematográfica con la confianza del director Fructuoso Gelabert. Su carrera artística era digna de encomio porque había nacido en un barrio obrero de la Barcelona de finales del siglo XIX y, durante su niñez y juventud, tuvo que trabajar en el gremio de la confección para hacer equilibrios en la precariedad.

Su escuela artística fueron los Ateneos Obreros, espacios socio-culturales donde la juventud encontraba lugares apropiados para evasión. Ella, sin embargo, supo disciplinar sus escasas horas de ocio hasta adquirir una cultura inusitada, no solo para una mujer, sino también para cualquier proletario.

Tuvo que sentir una verdadera vocación por la escena porque los ensayos se hacían diariamente después de extenuantes horas de trabajo, dado que todos los domingos había un estreno. Ningún género teatral se le resistió, desde la tragedia hasta el vodevil. El público catalán no tardó en rendirse a sus pies y hasta Ángel Guimerà o Santiago Rusiñol escribieron obras a su medida.

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