María Magdalena es identificada como una pecadora pública a quien Jesús de Nazaret perdonó sus pecados, después de haberle expulsado siete demonios. A partir de ese momento, habría acompañado al Salvador, junto a los doce apóstoles, en su camino de predicación por Galilea. Otra versión sugiere que María Magdalena es la misma María que se nos presenta como hermana del resucitado Lázaro y de Marta. Esta María de Betania sería la misma mujer pecadora que, con caro perfume que portaba en un frasco de alabastro, ungió con sus cabellos los pies de Jesús. Posteriormente, María Magdalena presenciaría la muerte de Jesús en la cruz y depositaría su cuerpo en el sepulcro. Por último, tendría el privilegio de que entidades “angélicas” le comunicaran su resurrección, siendo testigo principal de la misma, antes, incluso, que el resto de los discípulos.
Pero la historia de María Magdalena se construye a partir de retazos en los que se mezcla la tradición con la leyenda, ya que los Evangelios no nos ofrecen un relato unitario de su biografía. Como es sabio, los cuatro Evangelios, atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, no siempre recogen de manera paralela los distintos pasajes que conforman el Nuevo Testamento. Esta circunstancia es la que contribuye a que muchas historias bíblicas que llegan hasta nosotros se hayan ido nutriendo y complementando con la integración de detalles que se describen entre estos cuatro evangelios: las lagunas que presentan unos pasajes evangélicos son cubiertos por el contenido de los otros.