Había todo tipo de dioses. Dioses per tutti y para todo. Minerva por ejemplo, nació de su padre Júpiter, cuando este se comió a Metis, su primera novia que ejemplifica a la vez la prudencia y la perfidia, que era una «titana» (o titánide). Después de haberse comido a la señora, al bruto Júpiter le dolía todo el cuerpo (normal), y especialmente la cabezota. Entonces, no sabiendo como curarse, le pidió ayuda a su hijo Vulcano, quien no tuvo mejor idea que abrirle a su padre la cabeza de un fuerte hachazo. Afortunadamente, su papá era un dios inmortal, por lo que se curó, pero antes de que la brecha se cerrase, nació por su cabeza Minerva, una chica ya crecidita y armada hasta los dientes con casco y armadura. De hecho, pocos años después, esta ayudó a su padre en la lucha contra los gigantes, nada menos.
Lucha de titanes
¿Pero quienes eran toda esta troupe de gigantes, titanes y demás? Pues los titanes eran como dioses primigenios, según esto, hermanos de Saturno y bastante brutos. Eran doce, chicos y chicas y hubo una segunda generación, entre los que destacan, por ejemplo, Prometeo, Helios, Selene y Atlas.